Conocí a María Antonieta Massini de Álvarez – «Chiquita» -,cuando yo tenía unos 14 años, fue cuando me enamoré de Adriana, mi esposa y amor de siempre, sabía que estudiaba piano en su casa desde pequeñita, y muchas veces la esperaba en la esquina de Av. Sayago y Elías Regules, horas….. hasta 4 ó 5 horas, no sabiendo bien cuando saldría.
Cuando aparecía le decia «qué casualidad!», justo pasaba por aquí, y la acompañaba unas pocas calles, aprovechando a charlar y acercarme. Con el tiempo, la impaciencia me ganaba y esperaba frente a lo de “Chiquita”, o pasaba cincuenta veces para ver si veía algo a través del gran ventanal, con el tiempo “Chiquita” me contaría riendo lo atontado que me veía pasando y esperando.
Un día, comencé a atenderme con Pablo, su hijo odontólogo, y nos hicimos amigos, y me hice amigo de “Chiquita”. Iba seguido, charlábamos de sus viajes a Europa, de música, y de todo, su cuerpo erguido y sus facciones rígidas, no me impidieron descubrir a una “Chiquita” cómica y generosa.
Un dia me ofrecí a poner en marcha el «Bunker», un viejo Opel Olimpia de 1937, me contó que lo había ido a ver bajar del puerto siendo joven, y hacía años ya no lo conducía. Fue poner gasolina, unos manijazos, a mano, a la manivela y el noble coche arrancó.
De ahí en mas, generosamente me lo prestó, pequeños mantenimientos y llevarla de vez en cuando a dar algún examen a casa de otra profesora, fue una época preciosa y llena de anécdotas, que harían muy largo este relato.
“Chiquita” era exigente, sus alumnos estudiaban y practicaban muchísimo, y sacó generaciones de alumnos brillantes, muchísimos anónimos, pero que eran impresionantes pianistas, otros famosos, como Javier Bezzato, un maestro al piano, Pablo mismo, su hijo un excelente músico.
Siempre me llamo la atención, como podía ser que en aquella sala atiborrada de jóvenes, dos pianos a la vez, alguna guitarra, otros solfeando, ella era capaz de oir que alguno se “comía” una corchea o no respetaba el compás, estaba en todo, una genia.
Aún recuerdo la magia de aquello, la sala , la mesa de madera, los pianos, la lona verde que cubría el envejecido parquet, la gran ventana ( que siempre tuvo problemas con la cortina de enrollar de madera ) me parece estar allí.
Han pasado los años, y en el 2013 en un viaje que hice a Montevideo, la volví a ver, y me emocionó mucho, estar con ella y Pablo, mis amigos.
Aquellos años que fui al Liceo 23 entre el 1977 y 1979 fueron los mas significativos en mi vida y mágicos, Sayago mi mundo. Aún recuerdo muchísimas compañeras y compañeros, y tantas cosas.
Hoy gracias al cálido espacio de VillaSayago.Com, deseaba rendirle un pequeño homenaje a “Chiquita”.
Un día le prometí – y siempre reíamos de ello -, que le haría un busto en la placita, éste, es mi recuerdo y de alguna manera el busto.
Álvaro, SX(M)desde España.
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Hola! Excelente artículo, realmente me hizo recordarla más que siempre, porque ella siempre está.
Fue clave en mi adolescencia, de los 12 a 18 años sin dudas que me regaló algo para siempre, mi pasión, el piano.
Gracias por recordarla, son infinitas las anécdotas que podría comentar y muchas más las características propias de ella que generaba esa adrenalina en cada encuentro.
Saludos! Aguante Chiquita!
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By: Juan on 20 septiembre 2021
at 12:25 pm
[…] sobre una gran profesora de nombre pequeño : “Chiquita” (Para Elisa), esto hace que Álvaro (Un busto para Chiquita ) en un juego como de cámara subjetiva vea la misma Academia de música desde otro ángulo….un […]
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By: Dos miradas sobre “Chiquita” | Villa Sayago on 23 junio 2018
at 12:01 am
Transmito a los autores : Fernando y Álvaro tu emoción.
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By: gabriel on 22 junio 2018
at 7:30 pm
Pahhh Gabriel, me emocioné hasta las lágrimas con este post, no sé ni como lo encontré, yo fui alumno de «Chiquita» casi 9 años… incluso luego de clases jugaba con Pablito toda la tarde y fines de semana, esa familia y Sayago me acompañaron en mi niñez y aún años despuérs nos visitábamos.
Muchas gracias por traer a mi memoria esto que estaba guardado en un baúl!
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By: alberto luaces saravia on 22 junio 2018
at 10:08 am